Graffiti: ¿Arte urbano, contaminación visual o expresión callejera?
La presencia del grafiti en las calles de la Ciudad de México es cotidiana, común. Sin embargo, esta existencia altera el espacio público y lo modifica en su mirada. Algunos lo piensan como una contaminación visual que irrumpe de forma poco respetuosa la propiedad privada y por tanto debe ser prohibido. En contraste, otras posturas lo definen como parte del paisaje urbano y como una manera de expresión para un determinado grupo de personas.
El auge del grafiti en el Distrito Federal ocurre entre los años 1991 y 1992, cuando el Consejo Popular Juvenil, agrupación priista que trabajaba con jóvenes de zonas marginales, trajeron a un grupo de grafiteros de Los Ángeles para que enseñaran la técnica y el concepto a los jóvenes mexicanos.
Actualmente, la unidad del Programa Grafiti de la Secretaría de Seguridad Pública del DF tiene registrados a más de 3,000 jóvenes que realizan esta actividad de forma “legal”. Otón Sánchez Cruz, director de aplicación de programas preventivos institucionales de dicha dependencia, señala que “el propósito esencial de la iniciativa es encausar a estos artistas urbanos a realizar actividades que no lesionen a terceros. De ese modo, organizamos eventos cada año, como el del Estadio Azteca, en donde convocamos a los grafiteros a que hagan sus pintas en lugares autorizados, sin molestar a nadie”.
Este evento, continúa el funcionario, es de alrededor de mil personas, pues “nos interesa prevenir que los jóvenes se conviertan en delincuentes, porque pintar una barda ajena es delinquir”, añade.
Por su parte, el artista visual, Guillermo Heredia, opina que el gobierno ha utilizado a los grafiteros convenientemente, “pues por un lado los reprime y por otro se da aires de pluralidad, apoyando eventos de este tipo, permitiendo sólo hacer un cierto tipo de grafiti”.
El grafiti, dice Heredia, es una expresión visual incontrolable, que tiene tres rasgos característicos: anonimato, transgresión e ilegalidad. Si falta alguna de ellas, asegura, ya no es grafiti, es un “algo tipo grafiti que puede llegar hasta los museos y galerías. El grafiti no es arte”.
En realidad, agrega el también grafitero, el gobierno no puede hacer nada ante el grafiti, tomando en cuenta las tres características mencionadas en líneas arriba.
“Puedes convocar a los grafiteros y ´darles permiso´ para que hagan algo, pero en ese momento ya no están haciendo grafiti”, indica.
Asimismo, siempre van a existir personas que no quieran pertenecer o desarrollar un discurso visual como lo marcan los programas del GDF. A algunos sólo les basta crear el famoso “orín de perro” (el aquí estuve yo) sin importarles que existan espacios específicos para hacerlo, subraya.
Con respecto a la presencia de grafiti en la ciudad, Sánchez Cruz explica que esta expresión va de la mano con las zonas sobrepobladas, por eso es que se puede ver más en áreas como Iztapalapa o Iztacalco, donde también hay mucha gente joven.